miércoles, 25 de marzo de 2015

El hijo del perro aguayo pagó el precio supremo por su amor a la lucha

Pedro Aguayo Ramírez tenía el mismo espíritu temerario de su padre, Pedro Aguayo Damián… Tanto el Hijo del Perro Aguayo, como su legendario padre, estaban hechos de una madera diferente, de un temple, ambos compartieron durante 34 años la misma pasión, la misma entrega… La lucha libre corrió de manera simultánea por sus venas…
Hace poco más de 29 años, una mañana, el 6 de enero de 1987, visité al gran Pedro Aguayo Damián, el Perro Aguayo, el ídolo de Nochistlán, Zacatecas en su casa allá por la colonia Valle Gómez en la capital de la República Mexicana, era Día de Reyes y Pedro tenía muchas razones para ser un hombre feliz. Había sido elegido como el mejor luchador mexicano de 1986, era campeón mundial de peso semi completo de la WWF, y junto a él, estaban su esposa Luz Ramírez, y sus orgullos, sus tres hijos, América, Primavera y Pedro.
Mientras platicábamos y reíamos, empezó a recordar su infancia, una infancia difícil en la que aseguraba, los Reyes Magos le habían traído varias veces el mismo regalo: “Era un pequeño camión de hojalata, pero cada año me lo pintaban de un color diferente… Mis papás me lo prestaban unos días y luego se desaparecía… Fue una infancia muy difícil pero muy feliz. Por eso, el Día de Reyes es tan importante para mí… Trato de no trabajar para estar con mis hijos, quiero que tengan una infancia feliz, por eso trabajo durísimo todo el año, para que ellos tengan lo que necesitan…”
Mientras Pedro nos contaba sus recuerdos de la infancia y orgulloso nos mostraba trofeos, máscaras, revistas, testigos de lo que había sido una impresionante carrera que lo llevó a llenar de bote en bote la Arena México y luego el Toreo de Cuatro Caminos decenas de veces, el pequeño Pedro, entonces de apenas 5 años, travieso, brincaba y se le subía en las piernas y luego en la espalda a su famoso padre…
“Quiere ser luchador, pero ni mi esposa Luz ni yo queremos… Es una profesión muy peligrosa, primero va a tener que estudiar y tener una carrera y luego veremos… Yo no quiero que sea luchador, pero mira el ejemplo que le doy” me decía el gran Can de Nochistlán.
Ese ejemplo, fue ser el mejor luchador mexicano en su momento, y uno de los 10 mejores luchadores mexicanos de todos los tiempos. Aguayo derrotó a las máximas figuras de la lucha libre de tres generaciones, desde Ray Mendoza, Karloff Lagarde, el Rayo de Jalisco, Huracán Ramírez, el Angel Blanco el Dr. Wagner y René Guajardo, hasta Anibal, el Faraón, el Solitario y el Villano III. Lo mismo derrotó a gigantes como Mil Máscaras que a la más grande figura mexicana de todos los tiempos, el legendario “Enmascarado de Plata” El Santo.
En un hecho sin precedentes, ganó las cabelleras en luchas separadas de los tres integrantes de los “Tigres del Ring” Scorpio, Babe Face y Luis Mariscal; así como las de los “Misioneros de la Muerte”, El Texano, El Signo y el Negro Navarro; además desenmascaró a Konan y Máscara Año Dos Mil, dos increíbles trofeos en su carrera.
Su sociedad con Canek y Fishman, la famosa tercia de “Los Compadres del Diablo” es una de las más exitosas e implacables de todos los tiempos, y su rivalidad con Sangre Chicana, el Satánico y el Villano III fue épica… Ese era el ejemplo… Decenas de máscaras y cabelleras, campeonatos nacionales y mundiales, una fama a nivel internacional, y sobretodo, el cariño más apasionado que el público haya entregado a un gladiador mexicano.
Y Pedro sabía que la lucha libre no es ningún juego, el Perro Aguayo supo todo el tiempo que se estaba jugando la vida en cada lance, en los terribles martinetes con que le pulverizaron la columna vertebral y que lo obligaron a retirarse… Ese fue el ejemplo que siguió Pedro Aguayo Ramírez, que lo hizo empezar a entrenar a los 10 años de edad, y contra la autorización de su famoso padre, debutar en los encordados a los 15 años…

Pedro chico siguió el ejemplo de su padre, y fue figura, y supo aquilatar el enorme cariño que los aficionados le profesaron a su padre, para con su propio esfuerzo, ser figura en los mismos escenarios en que lo fue su progenitor. El Hijo del Perro Aguayo fue aclamado por méritos propios en la propia Catedral de la Lucha Libre Mexicana, la Arena México, de donde se catapultó a la fama y la fortuna… Sólo que la vida, o la muerte, ¿quien demonios lo sabe?, le tenía reservado un Destino Final muy diferente…
Mientras el Perro Aguayo estuvo a punto de perder la vida en el ring como sueñan muchos de los apasionados suicidas que practican esta disciplina, nunca sucedió. Quedó cerca de la parálisis pero pudo decir adiós y salir del ring aquella última vez por su propio pie, aunque perdiendo la cabellera en lucha de revancha ante Máscara Dos Mil…
El jovencito, que ya se había convertido en hombre, enfrentó a sus propios demonios, alcanzó la gloria, pero parecía que el Destino le estaba jugando bromas macabras, pues tuvo que superar lesiones tremendas y hasta un cáncer de estomago que lo obligó a retirarse temporalmente.
Pedro Junior rompió con aquella vieja sentencia de que segundas partes nunca fueron buenas, ya que, aunque alcanzar el nivel de fama de su padre es prácticamente imposible, nadie que yo conozca hasta la fecha, le reclamó jamás estar dañando la imagen y el legado que recibió.  Todo lo contrario, el Junior, tenía fama de ser un luchadorazo arriba del ring y un caballero abajo de los encordados.
Y de pronto me viene a la mente el “como era” saludar su padre, Pedro Aguayo Damián, quien daba la mano y el apretón apenas se sentía, como si se estuviera saludando a una dama y no a un rudazo que luego convirtió el odio de los aficionados en amor…
El fin de semana pasado en Tijuana se apagó una estrella en el firmamento de la lucha libre. Fueron las circunstancias, creo que tanto Pedro papá como Pedro Junior, sabían perfectamente de que se trata la lucha y que estas cosas podían pasar como triste y lamentablemente pasó antes. Son accidentes, terriblemente dolorosos, pero accidentes al fin…
Pedro me dijo que no quería que su hijo fuera luchador, que era una profesión peligrosa, pero su herencia no fue sólo de fama y fortuna, fue de sangre, y aquella visión de perder la vida en el ring, ha sido, terriblemente superada por la realidad.
Cuando perdemos a un ser querido nos perdemos en la tristeza y nuestro universo parece fuera de control, el dolor de perder a un hijo, debe ser terriblemente espantoso.
Aquella mañana de Reyes de 1987, la Magia inundaba la casa de la Familia Aguayo-Ramírez; los negros y vivarachos ojos de Pedro Junior chispeaban al ver a su padre, sí… Quería ser como él, y lo fue.  Aunque le haya ido la vida en su sueño… La Magia ya no fue suficiente

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